ya la autoridad
suficiente, y nadie quiso averiguar
, sino dar por firme y valedera la noticia. ¡Muerto el criminal, en
de indulto, antes de cumplir el plazo de su castigo!
Antonia la asistenta
la cabeza, y por primera vez se tiñeron sus mejillas de un sano color, y se
la fuente de sus
. Lloraba de gozo, y nadie de los que la miraban se
. Ella era la indultada; su
justa. Las
se agolpaban a sus lagrimales,
el
, porque desde el crimen se
quedado cortada, es decir, sin llanto. Ahora respiraba anchamente, libre de su pesadilla y a la asistenta no se le
por la
que
ser falsa la noticia.
Aquella noche, Antonia se
a su casa
tarde que de costumbre, porque fue a buscar a su hijo a la escuela de
, y le
rosquillas con otras golosinas que el chico deseaba
tiempo, y ambos recorrieron las calles,
ante los escaparates, sin ganas de comer, sin pensar
que en beber el aire, en sentir la vida y en volver a tomar
de ella.
(Emilia Pardo B. - cuentos) |