El emperador
levemente, al ver que aquella humilde anciana
reprocharle
su falta de palabra, y
un momento, antes de contestar. Sin duda
obrado de ligero al conceder la mano de su hija a un desconocido que, si bien le
hecho un
regalo, era hijo de una mujer del pueblo de las
humildes.
El
medio de evitar tan embarazosa
causada por un momento de benevolencia hacia una
descabellada, era poner a la princesa en tan elevado precio, que aquel hombre, por rico que fuese, no pudiese alcanzar a tanto. El primer ministro
que el emperador, como siempre,
, y se
tranquilo, sobre todo
de
al Hijo del Cielo, que
:
-Buena anciana, ya
que los reyes deben cumplir su palabra, y yo estoy dispuesto a mantener la
y a otorgar a tu hijo la mano de la princesa, pero como no puedo casarla con un desconocido, sin saber antes las ventajas que le proporciona este matrimonio,
a tu hijo que
mi palabra cuando me
cuarenta grandes bandejas de oro macizo llenas de las mismas
que ya me has presentado de su parte.