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Hiatos - ejercicios

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Las piernas le temblaban al pobre ciego lo mismo que el primero en que salió a cantar; pero esta vez no era de vergüenza, sino de hambre. Avanzó como pudo por las calles, enfangándose hasta más arriba del tobillo: su le que no cruzaba apenas ningún ; los coches no ruido, y estuvo expuesto a ser atropellado por uno. En una de las calles con más se puso al fin a cantar el primer pedazo de ópera que acudió a sus labios: la voz débil y enronquecida la garganta; nadie se acercaba a él ni siquiera por curiosidad. «Vamos a otra parte,» se dijo, y bajó por la Carrera de San Jerónimo, caminando torpemente sobre la nieve, cubierto ya de un blanco cendal y con los pies agua. El se le iba metiendo por los huesos; el hambre le un fuerte dolor en el estómago.
(A. Palacio Valdés - adaptación)

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