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Aladino - 2

Aladino permaneció en la oscuridad, llorando y lamentándose durante varia horas. Finalmente vació sus bolsillos y cuando frotó con sus manos la lámpara para sacarla, un genio enorme y espantoso surgió de la lámpara, diciendo:

—¿Qué quieres amo? Soy el Genio de la Lámpara y te obedeceré en todo.

Aladino se asustó pero, al ver que el genio estaba inmóvil sin hacerle daño alguno, le suplicó:

—¡Sácame de este lugar!

Entonces la tierra se abrió y él se encontró afuera y tan pronto como sus ojos pudieron soportar la luz, regresó a su casa. Le contó a su madre lo que había pasado, y le mostró la lámpara y tres frutos que le había quedado en el bolsillo, que en realidad eran diamantes

Con la venta de los diamantes vivieron en abundancia, pero al cabo de un tiempo, ya no tenían para comer. Se acordó de la lámpara pero por más que llamó al genio y agitó la lámpara, el genio no apareció. Entonces Aladino pensó en vender la lámpara y como estaba sucia, la frotó con un paño y al instante apareció de nuevo el genio espantoso.

—¿Qué quieres amo? Soy el Genio de la Lámpara y te obedeceré en todo.

—Tenemos hambre y queremos algo de comer.

Inmediatamente la mesa apareció repleta de siete platos que contenían ricas carnes, y dos fuentes llenas de dátiles y naranjas. Y así vivieron de forma opulenta durante varios años más.

Un día anunciaron la visita de la princesa a la ciudad, y Aladino la vio tan hermosa que se enamoró de ella. Convenció a su madre para que fuese a ver al sultán y le solicitase la mano de su hija. Para ello frotó la lámpara y le pidió al genio que le llenase una bandeja con las joyas más hermosas.

Siete veces fue la mujer a visitar al sultán sin éxito, pues el sultán estaba muy ocupado. Al octavo día por fin pudo subir al pie del trono.

—Señor, vengo a traeros estos regalos de parte de mi hijo.

La madre destapó la fuente y el sultán quedó impresionado pues nunca había visto joyas con tanto esplendor. Agradecido, el sultán invitó a Aladino a una fiesta a palacio en donde tuvo ocasión de bailar con la princesa y ambos se enamoraron. A los dos meses, Aladino envió a su madre a pedir la mano de la princesa al sultán. Pero como el sultán quería casar a la princesa con el hijo del visir, decidió valorar a su hija a un valor tan alto que ningún mortal pudiera alcanzarlo.

—Buena mujer, si tu hijo desea casarse con la princesa primero debe enviarme cuarenta cuencos de oro repletos de joyas, llevados por veinticinco esclavos negros y veinticinco esclavos blancos, espléndidamente vestidos.

La madre de Aladino hizo una profunda reverencia y se fue a casa, pensando que todo estaba perdido.

Aladino frotó la lámpara y solicitó al genio todo lo que pedía el sultán. Los esclavos ricamente vestidos junto con su madre partieron hacia el palacio con los cuarenta cuencos de oro repletos de joyas.

—Buena mujer, regresa y dile a tu hijo que lo espero con los brazos abiertos -dijo el sultán impresionado por tanta riqueza.

(Adaptación) https://www.gutenberg.org/. Imágenes: pixabay.com


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