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La Bella y la Bestia -1

Había en aquel lugar un mercader muy rico que tenía tres hijas. Las tres eran muy hermosas, pero la más joven era aún más bonita y bondadosa, por lo que todos la conocían por el nombre de La Bella

Cierto día el mercader recibió una carta en la cual le anunciaban que un navío acababa de arribar con una carga de mercancías para él. Antes de salir para la ciudad, el padre les  preguntó a sus hijas qué regalos deseaban.

—Yo quiero un vestido rojo y un sombrero – dijo la mayor.

—Yo quiero unos pendientes y una sortija de oro – solicitó la mediana.

—¿No vas tú a pedirme algo? -le preguntó el padre a la menor.

—No necesito vestidos ni joyas, pero sí me gustaría tener una rosa blanca.

En la ciudad compró los regalos para sus hijas, excepto la rosa para la más pequeña puesto que no logró encontrar ninguna. Y al cabo de tres días emprendió nuevamente el camino de vuelta. No tenía que recorrer más de treinta millas para llegar a su casa, pero había una gran tormenta de nieve y erró el camino al atravesar un gran bosque y se perdió.

Nevaba fuertemente; el viento era tan impetuoso que por dos veces lo derribó del caballo; y cuando se hizo de noche llegó a temer que moriría de hambre o de frío; o que lo devorarían los lobos, a los que oía aullar muy cerca de sí. De repente, tendió la vista por entre dos largas hileras de árboles y vio una brillante luz a gran distancia.

Se encaminó hacia aquel sitio y al acercarse observó que la luz salía de un gran palacio todo iluminado. Llamó a la puerta y su espanto fue enorme cuando salió a abrirle una horrible bestia que le dijo:

—Pasa buen hombre, te daré algo de comer y un sitio para dormir. Y por la mañana continuarás tu camino.

El mercader temía que la bestia lo matase, pero como de todas formas en la tormenta también moriría aceptó la invitación y pasó allí la noche.

Por la mañana no vio el menor rastro de nieve y sí un jardín lleno de flores. Salió en busca de su caballo, y al pasar por el jardín vio muchas rosas rojas pero tan solo una rosa blanca; recordó la petición de la Bella y la cortó para llevársela. En ese mismo momento se escuchó un gran estruendo y vio que se dirigía hacia él aquella bestia tan horrenda.

—¡Ah, ingrato! -le dijo la Bestia con una voz terrible-. Yo te salvé la vida al recibirte y darte cobijo en mi palacio, y ahora, para mi pesadumbre, tú me arrebatas mi única rosa blanca. Por ello mereces la muerte.

—Señor, perdóneme, pues no creía ofenderle al tomar una rosa; es para una de mis hijas, que me la había pedido.

—Si tienes varias hijas, estoy dispuesto a perdonarte con la condición de que una de ellas venga a vivir conmigo. Ahora vete, pero si tus hijas rehúsan venir, en el plazo de tres meses debes regresar y pagarás con tu vida por cortar mi rosa.

El mercader regresó a su vivienda y nada contó a sus hijas de este suceso, pero cuando faltaba tan solo un día para que se cumpliera el plazo, el  pobre mercader se echó a llorar desconsoladamente.

—¿Por qué estás tan triste, padre -le preguntaron.

Y el mercader les contó la funesta aventura que le había sucedido con la Bestia.

—Puesto que ha sido por mi causa y la bestia tiene a bien aceptar a una de nosotras, yo iré a vivir con ese monstruo.

—No. No voy a permitir que una de mis hijas se sacrifique por mí. Soy viejo, estoy enfermo y me queda poco tiempo de vida; y vosotras tenéis toda la vida por delante.

—Te aseguro, padre mío -le dijo la Bella-, que yo iré a ese palacio. Prefiero vivir con el monstruo antes que sufrir la pena de tu muerte.

(Adaptación)Texto disponible bajo la Licencia Creative Commons. Imágenes: pixabay.com


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