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La bella y la bestia -2

El último día en que vencía el plazo la Bella se dirigió al castillo. Llamó a la puerta y no pudo evitar un estremecimiento cuando vio su horrible figura, aunque procuró disimular su miedo.

—Dime hermosa joven -preguntó el monstruo-, ¿te han obligado a venir o has venido por decisión propia?

—Ha sido por mi voluntad. He decidido venir para salvar la vida de mi padre -respondió la Bella temblando de miedo.

—Eres muy buena y valiente y te lo agradezco mucho. Aquí tendrás todo lo que necesitas, y si algo falta no tienes más que pedirlo. Supongo que estarás hambrienta y agotada. En esa mesa hay arroz, fruta y queso, y arriba está tu habitación. Buenas noches.

La Bestia se retiró y la Bella, sin probar bocado, se sentó en una silla y se echó a llorar. Cuando el reloj daba las doce de la noche, subió las escaleras y halló una habitación con una gran biblioteca.

Durmió hasta tarde y al mediodía halló la mesa servida en el salón y, cuando iba a sentarse, oyó el estruendo que hacía la Bestia al acercarse, y no pudo evitar un estremecimiento.

—Bella -le dijo el monstruo-, ¿permitirías que estuviese aquí contigo y conversar mientras comes?

—Vos sois el dueño de esta casa -respondió la Bella, temblando.

—Come, pues -le dijo el monstruo-, y trata de pasarlo bien en este palacio, que todo cuanto hay aquí te pertenece, y me apenaría mucho que no estuvieses contenta.

—Sois muy bondadoso -respondió la Bella-. Os aseguro que vuestro buen corazón me hace feliz.

—¡Oh, señora -dijo la Bestia-, tengo un buen corazón, pero no soy más que una bestia!

Seis apacibles meses pasó la Bella en el castillo. Todas las tardes la Bestia la visitaba, y la entretenía con su conversación mientras comía. Cada día la Bella encontraba en el monstruo nuevas bondades, y la costumbre de verlo la había habituado tanto a su fealdad, que lejos de temer del momento de su visita miraba con frecuencia el reloj para ver si eran las dos, ya que la Bestia jamás dejaba de presentarse a esa hora.

—Sé que mi padre está enfermo y no le queda mucho de vida -le dijo un día la joven-. Te pido que me permitas ir a verlo y prometo que al cabo de treinta días regresaré.

—Mañana estarás con él -dijo la Bestia-, pero acuérdate de tu promesa.

A la mañana siguiente se encontraba en casa de su padre el cual creyó morir de alegría porque recobraba a su querida hija. Pero al cabo de los treinta días, la Bella les contó la promesa que había hecho a la Bestia y se preparó para regresar al castillo.

El padre no estaba dispuesto a perder a su hija y reunió a la gente del pueblo y, adelantándose a la Bella, llegaron al castillo en donde encontraron al monstruo durmiendo al borde del estanque. Sigilosamente se acercaron y todos a una lo atacaron y lo hirieron con los palos y herramientas de labranza que llevaban.

La Bestia logró escapar y refugiarse dentro del castillo. En ese momento llegó la Bella que al ver la escena se horrorizó y sintió gran dolor. Se fue corriendo a la puerta y rogó a la Bestia que le abriera llorando amargamente. La Bestia, aún pensando que la joven lo  había delatado, entreabrió la puerta y la dejó entrar.

—Me has traicionado y aún así moriré contento, pues tuve la dicha de verte una vez más.

—No, mi Bestia querida, no vas a morirte porque yo voy a curarte -le dijo la Bella-. Te amo con todo mi corazón y quiero vivir contigo para siempre.

¡Cuál no sería su sorpresa al ver que La Bestia había desaparecido y en su lugar había un hermosos príncipe!

—Cierta maligna hada me condenó a permanecer bajo esa figura, hasta que alguna bella joven se enamorase de mí. Tú has sido capaz de conmoverte con la bondad de mi corazón.

La Bella, agradablemente sorprendida, tendió su mano al hermoso príncipe; se encaminaron después al balcón del  castillo y relataron a toda la gente del pueblo lo sucedido.

(Adaptación)Texto disponible bajo la Licencia Creative Commons. Imágenes: pixabay.com


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