Las habichuelas mágicas
Jack y su madre vivían solos en una pequeña cabaña y no tenían nada más en el mundo que una vaca llamada Pinta. Pinta ya era vieja y llegó un día en que ya no daba una gota de leche.
—Tienes que llevar a Pinta al mercado y venderla pues ya no nos da leche.– le dijo su madre.
No había ido muy lejos Jack con su vaca cuando se encontró con un viejecito de larga barba gris sentado a la orilla del camino.
—Buenos días Jack. ¿A dónde llevas a Pinta esta hermosa mañana?
Jack se sorprendió de que el extraño supiera su nombre y también el de la vaca.
—La llevo al mercado para venderla -respondió cortésmente.
—No es necesario que vayas tan lejos. Te daré un puñado de habichuelas por ella. Estas habichuelas son mágicas y te harán rico.
Jack aceptó el trato y volvió a casa muy contento con las habichuelas en el bolsillo. Cuando le contó a su madre la venta que había realizado, esta se enfadó mucho; tiró las habichuelas por la ventana y mandó a Jack para la cama sin cenar, como castigo.
A la mañana siguiente, cuando Jack se despertó y miró por la ventana vio que una de las habichuelas mágicas había brotado y se había convertido en una judía gigantesca que había crecido y crecido hasta perderse en las nubes.
Jack subió y subió por la judía hasta cruzar las nubes y allí descubrió un camino que conducía hasta un gran castillo gris. Jack comenzó a caminar y después de un rato llegó al castillo donde encontró a una mujer barriendo las escaleras.
—¿Cómo has llegado hasta aquí, joven? Vete antes de que vuelva mi marido pues te comerá.
—Hoy no he desayunado nada y estoy a punto de desmayarme de tanta hambre, buena señora. Sólo quiero un bocado para calmar mi estómago y me iré.
La esposa del gigante lo dejó pasar y le dio un poco de pan y queso. Apenas Jack había comenzado a comer cuando se oyó un ruido tan fuerte de pisadas que las vigas temblaban a cada paso.
—Ahí viene mi marido. Métete en esta olla de cobre -gritó la mujer, quitando la tapa.
—¡Aquí huele a carne humana! -vociferó el gigante al entrar.
—Eso es imposible - dijo su esposa-. Si alguien hubiera venido aquí, yo lo hubiera visto.
El gigante se sentó a la mesa y pidió el desayuno. La mujer puso delante de él diez carneros enteros asados y siete hogazas de pan, y el gigante se los comió en un abrir y cerrar de ojos. A continuación la mujer se fue a la cocina a fregar y el gigante sacó del bolsillo una bolsa llena de monedas de oro y se puso a contarlas encima de la mesa. Luego se durmió y roncó de tal manera que hasta la mesa temblaba.
Jack apartó la tapa de la olla y se acercó sigilosamente a la mesa, llenó sus bolsillos con todas las monedas de oro que pudo, y bajó por el tallo de la judía regresando a casa.
Cuando la madre de Jack vio tantas monedas de oro se llenó de asombro y alegría. Ahora tenían mucho para comer y beber y todo lo que querían; pero después de un tiempo, el dinero casi se había acabado.
—Voy a trepar de nuevo por el tallo de la judía -se dijo-, y veré qué más tiene el gigante en su castillo.
Cuando entró en el castillo, encontró a la esposa del gigante preparando la comida.
—¿Estás aquí otra vez? Tuviste suerte entonces pero esta vez puede que no tengas tanta. Huye antes de que regrese mi marido.
Pero ya se oían de nuevo los pasos del gigante por lo que Jack se metió en la olla otra vez.
—¡Aquí huele a carne humana! -vociferó de nuevo el gigante al entrar.
—Imposible - dijo su esposa-, siempre estás imaginando cosas. Siéntate a la mesa y desayuna.
El gigante olfateó un poco y luego, todavía murmurando para sí, se sentó a la mesa y se puso a comer. Cuanto terminó de comer, su esposa se fue a la cocina a fregar y el gigante sacó una gallina de la bolsa que traía, la puso encima de la mesa y mientras la acariciaba decía:
—Mi gallinita roja, linda y hermosa – y la gallina puso un huevo de oro.
—Mi gallinita roja, linda y hermosa – y la gallina puso otro huevo de oro.
Y así continuó hasta que tuvo una docena de huevos. Luego se quedó dormido en la silla.
Jack salió sigilosamente de la olla. Se acercó a la mesa y vio a la gallina que también estaba dormida. La tomó bajo su brazo y echó a correr pero, justo cuando Jack estaba llegando al tallo de la judía, la gallina empezó a cacarear. Esto despertó al gigante que, al ver a Jack, salió corriendo hacia la judía mágica y comenzó a bajar también por su tallo.
—¡Madre, madre! Trae el hacha inmediatamente.
Su madre llegó corriendo con un hacha. Jack la cogió y cortó el tallo de la judía. El gigante cayó desde tan alto que hizo un gran agujero en el suelo y allí quedó sepultado para siempre
Jack y su madre vivieron en paz y en abundancia con aquella gallina a la que pedían tan solo un huevo de oro cada día.
(Adaptación) Cuentos clásicos. Imágenes: pixabay.com
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