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La ratita presumida

Érase una vez una ratita que vivía sola en una hermosa casita de color rosa que tenía las ventanas azules, la puerta pintada de amarillo y un bonito jardín lleno de flores. Un día que estaba barriendo delante de la puerta de su casa, oyó un tintineo.

-¿Qué sería ese ruido? ¡Es una moneda de oro! - exclamó llena de emoción.

Se sentó a la puerta de su casita y se puso a pensar qué podría comprarse con aquella moneda:

-¿Un vestido?. No, no. Que se me ensuciará al barrer.

-¿Unos pendientes? No, no. Que no tengo agujeros en las orejas.

-¿Un lacito? Sí, sí. Me compraré un lacito rosa.

Se puso un vestido nuevo, unas botas rojas y un sombrero a juego con sus botas y se fue a la ciudad a comprarse el lacito más hermoso que encontró. Al volver a casa se ató el lazo en el rabito y se puso de nuevo a la puerta de su casa.

Al poco tiempo acertó a pasar un perro por el camino que había por delante de su casa que le dijo:

-Ratita, ¡qué guapa estás! ¿Te quieres casar conmigo?

-¿Y tú que harás por las noches?

-¡Guau, guau! - ladró el perro- Yo ladraré toda la noche para defender la casa.

-¡Uy! No, no. Que me asustarás.

Un tiempo después, un gallo que pasaba por camino al verla exclamó:

--Ratita, ¡qué guapa estás! ¿Te quieres casar conmigo?

-¿Y tú que harás por las noches?

-Yo duermo por las noches, pero al amanecer hago ¡quiquiriquíííí!

-¡Uy! No, no. Que yo no quiero despertarme temprano.

Más tarde pasaba un ratoncito que le dijo:

-Ratita, ¡qué guapa estás! ¿Te quieres casar conmigo?

-No, no. Que tú eres muy chiquitín y yo quiero un marido grande y fuerte.

Al poco pasó por allí un hermoso gato de ojos verdes, pelo naranja y con grades bigotes.

-Ratita, ¡qué guapa estás! ¿Te quieres casar conmigo?

-¿Y tú que harás por las noches?

-¡Miau! ¡Miau! - maulló el gato suavemente.

-¡Uy! Sí, sí. Así me dormiré plácidamente.

Aquella misma tarde se celebró la boda a la que asistieron el perro y el gallo pero no el ratoncito que desconfiaba del gato.

Al anochecer vieron entrar en casa a la ratita cogida del brazo del gato y al día siguiente vieron al gato tumbado al sol delante de la puerta de la casa, con la panza llena y relamiéndose los bigotes. De la ratita nunca más se supo.

(Adaptación) Cuento popular. Imágenes: pixabay.com


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