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Ricitos de Oro

En una casita en medio de un bosque de robles y castaños, vivían tres osos: el osito pequeñito, mamá osa y papá oso que era el más grande.

Un día prepararon una sopa de verduras para cenar, pero como estaba demasiado caliente para comerla, decidieron salir a caminar por el bosque mientras se enfriaba un poco.

No muy lejos de allí vivía una niña de pelo rubio y brillante como el oro por lo que todos la conocían por el nombre de Ricitos de Oro.

—Mamá, voy a dar un paseo por los alrededores – dijo aquella tarde.

—Está bien, pero no te alejes mucho y sobre todo no te metas en el bosque.

A Ricitos de Oro le llamó la atención una mariposa que revoloteaba de flor en flor y la fue siguiendo sin darse cuenta de que se iba adentrando en el bosque. Al poco tiempo descubrió una casita pintada de blanco, con la puerta verde y las ventanas amarillas. Vio que la puerta estaba abierta y se fue acercando con cautela. Al llegar a la puerta asomó la cabeza y preguntó:

—¿Hay alguien en casa?

Como nadie le contestó, fue entrando pasito a pasito hasta llegar al salón. Allí había tres platos llenos de sopa encima de la mesa. Probó la sopa del plato grande, pero estaba demasiado caliente; probó la sopa del plato mediano, pero estaba demasiado fría; probó la sopa del plato pequeño y vio que estaban en su punto y la comió toda.

Vio las tres sillas al lado de la mesa y fue a sentarse en la silla grande pero era demasiado alta; se sentó en la silla pequeña pero era demasiado baja; se sentó en la silla mediana, pero una pata de la silla se rompió y la niña cayó al suelo.

Luego Ricitos de Oro subió por las escaleras y llegó al dormitorio. Primero se acostó en la cama del osito pero no le cabían las piernas; luego se acostó en la cama de mamá osa pero era demasiado blanda; por último se acostó en la cama de papá oso y estaba tan a gusto que se quedó profundamente dormida.

Un poco más tarde, los  tres osos regresaron a casa para comer.

—¡Alguien ha puesto mi cuchara en el plato! -dijo papá oso.

—¡Alguien ha comido de mi plato! – gruñó mamá osa.

—¡Alguien ha comido toda mi cena! -lloriqueó el oso pequeño

Cuando iban a sentarse a la mesa, los tres osos se sorprendieron:

—¡Alguien ha movido mi silla! – rugió papá oso.

—¡Alguien ha puesto un cojín en mi silla! – se quejó el osito.

—¡Alguien ha roto una pata de mi silla! – gruñó mamá osa

Los tres osos observaron huellas de pisadas por las escaleras y subieron a su dormitorio.

—¡Alguien ha estado acostado en mi cama! – se quejó el osito pequeño.

—¡Alguien ha quitado mi almohada! – gruñó mamá osa.

—Alguien está acostado en mi cama! -rugió papá oso con fuerte y áspera voz.

Con el rugido del oso grande, Ricitos de Oro se despertó asustada y, antes de que papá oso pudiese reaccionar, saltó por la ventana y echó a correr sin parar hasta llegar a su casa. Y desde entonces nunca más se adentró sola en el bosque.

(Adaptación)Texto disponible bajo la Licencia Creative Commons. Imágenes: pixabay.com


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