Las cerezas - 1
Lecturas 2a: ejercicios de comprensión
Juanito tenía diez años; unos ojos grandes como manzanas y negros como moras y labios semejantes a su fruta favorita, las cerezas. Era aficionado a ellas con locura, y con ser tantas las que pesaban en las ramas de un cerezo que había delante de su casa, llevaba la cuenta de ellas, comiéndose todos los días las que estaban más maduras.
Si las cerezas gustaban a Juanito, también gustaban a los gorriones que abrían con su pico un agujero en las más maduras y azucaradas y disfrutaban comiendo y bebiendo a un tiempo. Pero lo que era placer para los gorriones, era desesperación para el niño, que se ponía furioso cada vez que al coger una cereza la hallaba picada; y aunque hubiesen dejado para él la mejor parte, no se consolaba, por más que los gorriones al picotear cantasen:
- ¡Qué rica está! ¡Pi, pi, pi! Hay para ti y para mí.
- Ahora verás lo que hay para ti -decía Juanito.
Cogía piedras y las tiraba a los gorriones, acertándoles algunas veces; y cuando caían atontados, los remataba para que no volvieran a comerse sus cerezas. También tenía guerra declarada a los insectos, porque a veces encontraba en ellas algún gusanillo que las usaba como vivienda; y cuando los veía en el suelo o en las hojas de las flores, los aplastaba, repitiendo lo que decía cuando mataba algún gorrión:
- De nada sirven, a no ser para hacer daño.
Un día, ante el constante peligro que corría su existencia, los gorriones resolvieron emigrar; con lo cual las langostas, puesto que no quedaban gorriones para comérselas, se multiplicaron en tanto número que parecían nubes que llegaban a interceptar los rayos del sol, y se comieron los sembrados de los campos y de las huertas del padre de Juanito; pasando la familia un invierno muy rigoroso y con él algunos días de hambre, todo por no permitir a los pájaros picotear unas cuantas cerezas.
Teodoro Baró (Adaptación) imagen: www.pexels.com
Texto disponible bajo la Licencia Creative Commons Atribución