Nada. No
ni señal del palacio, ni de los jardines. Ante él se extendía, como antes, la llanura yerma, que llegaba
el confín de los montes. Una caravana la cruzaba, larga y lenta, y
los oídos imperiales llegó el eco de una triste canción asiática.
El primer ministro apareció en la estancia imperial.
atravesado la gran plaza tan precipitadamente, al saber que el soberano le llamaba a aquella
insólita, que ni él ni sus servidores se
dado cuenta de la desaparición del palacio; y cuando el
del Cielo le mostró la superficie vacía de palacio y de jardines, abrió la boca faltando notablemente a la etiqueta que
exteriorizar sus sentimientos delante de las reales personas.
- ¡El palacio
desaparecido, dioses celestes! .
Quedó un momento pensativo, y luego añadió:
-No
olvidado,
del Cielo, que
diez años tuve el
de deciros que aquel alcázar era obra de magia y de
. Pero vuestra Majestad no quiso
caso de este leal servidor, y
aquí que ese infame Aladino
desaparecer a la princesa imperial, ¡saben los dioses con qué perversos designios! |