Me senté en la ierba abundante, y quedé dormido, medio muerto de fatiga. Al despertar, vi que me allaba rodeado de árboles cargados de frutas deliciosas, de las que comí asta artarme, bebiendo luego de un agua que manaba entre las rocas, deliciosamente fresca y cristalina.
No lejos de la costa allé un viejo, que me pareció muy enfermo y casi moribundo, sentado a la orilla de un río. Pensé que sería algún náufrago como yo y me acerqué a él, saludándole, a lo que él me contestó con una inclinación de cabeza. Le pregunté qué acía allí, y en lugar de responderme, me izo señas de que le cargase sobre mis ombros y le ayudase a pasar el río. A pesar de mi fatiga, le pasé a cuestas, y me incliné, luego para que pudiese bajar; pero el maldito viejo me pasó alrededor del cuello sus dos piernas, cuya piel era como la de un erizo, y se puso a orcajadas sobre mis ombros, apretándome con tal fuerza la garganta, que por poco me aoga. |